viernes, 10 de abril de 2015

Milenarismo y resistencia étnica entre los mapuche de Los Toldos (Buenos Aires, Argentina)*



Por: Jorge Fava


“…nuestro padre juró defender la bandera de la Patria
Argentina que cobijó nuestra cuna, y que al tiempo
 de morir nos hizo jurar a nosotros, diciéndonos
que muriésemos defendiendo la Patria en
 donde  reposan sus despojos...”
Simón y Antonino Coliqueo, 1876.


1.- Introducción

Ignacio Coliqueo, jefe mapuche de origen chileno, emigrado a las pampas argentinas en el año 1820, fue uno de los protagonistas de la guerra entre la Confederación Indígena[1] y las tropas del ejército argentino, durante la segunda mitad del siglo XIX. Luego de un largo periplo por distintos sitios de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba, se instaló finalmente con su gente en el paraje conocido como “Tapera de Díaz” (Los Toldos, partido de General Viamonte, provincia de Buenos Aires) en el año 1862, con el objeto de iniciar allí una nueva vida.

Los acuerdos de paz alcanzados con el gobierno del general Bartolomé Mitre en 1861, le plantearon a Coliqueo una temprana disyuntiva: respetar estos compromisos de amistad y cooperación con el Estado (aunque su contraparte no siempre los honrara) o allanarse a las solicitudes de las tribus del Desierto, lideradas por el cacique Juan Calfucurá (de quien Coliqueo había sido segundo jefe), para que se reincorporara a la lucha contra los huincas (blancos). Las dos opciones implicaban grandes riesgos y, quizá, trágicas consecuencias. Sin vacilaciones, el Cacique se inclinó por mantenerse fiel a sus compromisos con las autoridades nacionales y, simultáneamente, puso en marcha un proceso de incorporación paulatina de su Tribu a la nación argentina. Analizaremos aquí brevemente las consecuencias intraétnicas de esta decisión a través del abordaje de dos casos paradigmáticos: la sublevación de Justo Coliqueo en 1876 y el Nguillatún de la “Santa María” en 1900.

Desde el inicio el cacique Ignacio Coliqueo halló resistencia al interior de la Tribu, a su iniciativa de acercamiento al huinca bajo la categoría de “indio amigo” (aliado). Si bien aquella decisión estratégica del lonko (jefe) trajo aparejados algunos beneficios para su Tribu[2], también lo comprometió con la política del gobierno argentino de avance de la línea fronteriza sobre territorio indio, enfrentándolo con sus hermanos de raza; e incluso, con las guerras civiles rioplatenses que dominaron todo el período previo a la organización nacional.

El proceso de asimilación que el Cacique impulsó en su grupo étnico, con profundos cambios en las pautas de vida tradicionales, motivaron, como dijimos, la inquietud entre algunos miembros de la Tribu, incluido su hijo Justo, heredero del cacicazgo. Este malestar inicial, se transformó finalmente en abierta rebelión cuando en marzo de 1872, ya fallecido el lonko Ignacio, frente a la invasión de escarmiento del cacique Calfucurá contra los indios pacificados, algunos capitanejos toldenses y del cacique Andrés Raninqueo (ex segundo jefe de Ignacio Coliqueo, separado de este en 1869) desertaron y se reintegraron a las huestes indias del Desierto.

Derrotado en la batalla de San Carlos y rechazado su malón por una coalición en la que participaron los hermanos Coliqueo junto a las tropas gubernamentales, Calfucurá juró venganza. Seis meses después, el jefe salinero invadió Los Toldos y tomó prisionero a Justo, obligándolo a marchar tierra adentro junto a sus hermanos y el resto de la Tribu. La falta de respuesta de los comandantes de zona al pedido de ayuda del Cacique Principal Justo Coliqueo ante el inminente ataque (la que al parecer se hallaba motivada en ambiciones personales sobre las ricas tierras que ocupaba la comunidad indígena, cuya desaparición era funcional a estos intereses), como así también su demorado rescate y la posterior acusación que estos le hicieran de hallarse complotado con los invasores, resintió aún más la relación entre los huincas y la Tribu. Este y otros conflictos ulteriores con los jefes de frontera abrió asimismo una brecha en la jefatura india entre Justo y sus hermanos Simón (segundo jefe y el más fiel continuador del proceso integrador iniciado por Ignacio) y Antonino.[3]

Finalmente, en marzo de 1874, y con la complicidad de Simón (llamado el “Huinca”), Justo es destituido y hecho prisionero por las tropas nacionales, con la excusa de estar organizando una emigración al Desierto. En su lugar es nombrado lonko Simón, formalidad que se lleva a cabo sin la intervención del Traun (parlamento indio) como mandaba la costumbre.[4] Justo fue liberado cuatro meses después y regresó a la Tribu, pero ya sin mando sobre esta. No obstante el golpe de mano, las aguas no se aquietaron en la Tapera de Díaz.

2.- La sublevación de Justo

En 1875, el sacerdote italiano Pablo Savino se contactó con los Coliqueo con el objeto de establecer en la Tribu una Misión católica y una Escuela Primaria. Reunido el Consejo de Capitanejos a los efectos de considerar la mencionada solicitud, dos posturas antagónicas surgieron durante las deliberaciones del parlamento indio: los que se oponían a la radicación de la Misión, liderados por Justo (al parecer mayoritaria), y los que estaban a favor, con Simón a la cabeza. Finalmente las diferencias fueron zanjadas ante el compromiso del sacerdote de catequizar solo a aquellos que así lo solicitasen. No obstante el carácter consensuado del acuerdo alcanzado, poco tiempo después, y por sugerencia del Padre Savino, Simón prohibió la realización pública de ceremonias religiosas antiguas. Esta “cabeza de playa” de la civilización europea al interior de la comunidad indígena implicó una aceleración del proceso de asimilación al que la Tribu se hallaba sometida. Pero no habría de serlo sin consecuencias.

“Con el correr de los años –dice la socióloga Silvia Calcagno-, se fue configurando una situación de fricción interétnica, donde la desfavorable correlación de fuerzas impidió a los mapuche toldenses organizar una estrategia de resistencia frente al despojo de sus tierras, la desarticulación de su organización tradicional y la desvalorización de toda expresión ideológica y cultural propia”.[5] Esta agudización de los conflictos entre ambas sociedades llevó a un resurgimiento de los valores étnicos, los que se expresaron a través de acciones de contraaculturación y revalorización de las formas propias de la cultura nativa en respuesta a unas condiciones que se percibían como opresivas.[6] Así, en julio de 1876, el grupo rebelde liderado por Justo, organizó un Nguillatún (ceremonia  religiosa mapuche), que en aquel entonces se hallaba prohibido, como una forma de regreso a las raíces indias. En los meses posteriores, y ante la magnitud que cobraron los acontecimientos, desde el sector “oficialista” de la comunidad toldense se solicitó la intervención del ejército con el objeto de controlar a los sublevados. Justo y los suyos abandonaron La Tapera y se sumaron a los caciques Namuncurá y Pincén, quienes en octubre de ese año invadieron la comarca con el propósito de expulsar a los blancos de su territorio y obligarlos a regresar a sus primitivas fronteras.

Es interesante transcribir aquí parte de las argumentaciones que Justo expone durante las negociaciones con su hermano Simón -a través de sus respectivos mensajeros o werken-, con el objeto de fundamentar sus acciones y para solicitarle se sume él también a la causa rebelde:

“…Hermano y cacique Simón, hijo de cuna ilustre, noble descendiente de Caupolicán y de sus sucesores, valientes defensores de nuestras libertades: En tus venas corre la sangre de Lautaro, de Payné, de Yanquetruz y otros tantos valientes Caciques que han defendido la tierra. Los ríos, los bosques y los montes de la Araucanía y de nuestra rica y amada Pampa, que está cubierta de cadáveres de nuestros hermanos que prefirieron sucumbir como leones en defensa del suelo patrio, antes de inclinar la frente y sufrir el yugo del bárbaro cristiano que va despojándonos de los campos que nuestro Dios nos ha legado. Nosotros nunca hemos atravesado los mares para invadir las tierras de los padres de estos perros cristianos. Nosotros no los hemos mandado llamar, ni deseamos sus costumbres corrompidas, sus deslealtades. Ellos nunca cumplen con lo que prometen. Siempre faltan a la verdad. Si nosotros somos borrachos, ellos nos enseñaron a beber vino y grapa y a ser jugadores; de ellos hemos aprendido a robar mujeres ajenas, a cautivar criaturas, a incendiar poblaciones, pueblos enteros. Ellos nos han enseñado a arrear vacas y yeguas ajenas. Todos nuestros vicios los aprendimos de ellos. Si matamos a los que cautivamos, es porque ellos nos dieron ese ejemplo, y hasta hoy son ellos los más crueles y bárbaros. Cuando asaltan una toldería de indios, no respetan ni a los niños inocentes. Ellos dicen que los invadimos, pero es al contrario, son ellos los que nos han quitado los únicos campos buenos que nos quedaban. Nunca guardan fidelidad en sus tratos, esos ladrones de campos, de mujeres y de hijos…”[7]

El conflicto finalizó con la derrota y posterior huida de Justo al Desierto[8] y la ratificación de Simón como Cacique Principal, como así también del proceso de asimilación de la Tribu iniciado por su padre.

3.- El Nguillatún de la discordia

Pero a pesar de los años transcurridos desde su radicación entre los cristianos, durante los cuales se trató de cambiar –proscripciones mediante- las costumbres de los mapuche toldenses, las viejas creencias indias se mantenían vivas entre los miembros de la Tribu, esperando, tal vez, el momento o a la persona capaz de sacarlas a la superficie y darles nueva vida. Así, veinticuatro años después de la sublevación de Justo en 1876, tiene lugar el caso de la machi (sacerdotisa-curandera) “Santa María”. Este acontecimiento exhibió una serie de características propias de los movimientos mesiánicos, los que constituyen una clase especial de milenarismo étnico en el cual la protesta “adopta esta forma en un momento en que no existe la menor probabilidad de éxito de otra manera”. Según algunos autores, estos movimientos “vendrían a responder a una situación de destrucción de los valores de los miembros de una sociedad dominada”,[9] revitalizando las creencias autóctonas, pero, en este caso, ya no de una forma pura, sino en un sincretismo en el que se incorporaban elementos del cristianismo.[10]

María Hortensia Roca, la futura “Santa María”, nació en 1865 en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, de un cautivo del cacique Calfucurá y una hija de éste. Bautizada en 1881, llevaba el apellido del entonces presidente de Argentina, el general Julio A. Roca, bajo la tutela de quien ella se hallaba, y fue educada en un colegio de Buenos Aires. Se casó en 1887 con un sargento del ejército, y luego de enviudar se fue a vivir a la Tribu de los Catriel con la “Reina Bibiana”, una curandera-adivina criolla[11] que abogaba por la unión de los araucanos.[12] Al parecer allí fue introducida al mundo mágico-religioso de las machi. Posteriormente recorrió los distintos asentamientos mapuche en la provincia de Buenos Aires, hasta que recaló en Los Toldos.[13]

Desde su llegada a la comunidad, se multiplicaron las fiestas y bailes en los cuales la machi daba sus charlas y consejos, atribuyéndose autoridad divina. Esta carismática mujer ejercía una gran influencia y fascinación entre los indígenas, a quienes animaba a volver a las prácticas religiosas nativas.[14]

María Hortensia Roca, 1900.

La conmoción que causó la actividad desarrollada por la “Santa María” en la Tribu, hizo que el cacique Simón Coliqueo mandara suspender esas prácticas revivalistas. No obstante, los devotos desestimaron las órdenes del Cacique, acusándolo de amigo de los huincas. Ante tales circunstancias, Simón recurrió -como antes lo había hecho su padre frente situaciones similares- a las autoridades nacionales, en este caso al Juez de Paz de Nueve de Julio (localidad cercana a Los Toldos), quién ordenó la detención de la machi y sus colaboradores. Luego de ser sumariada y de que se le ordenara abandonar la Tribu, fue puesta en libertad. Contrariando a la autoridad judicial, “todos volvieron rumbo a la Tapera de Díaz, -según nos cuenta el historiador Meinrado Hux- donde fueron recibidos con muy grandes muestras de afecto. Más de cien devotos los aguardaban en el camino. Los niños besaron los pies de la ‘Santa’”.[15] Era finales del mes de agosto de 1900, e iban a celebrar el día de San Ramón, el último Nguillatún.

De todos los ranchos llegaban los indios a caballo, ataviados a la usanza mapuche. “’Papay, mamay…’ gritaban cada tanto y golpeaban las manos elevadas al cielo. Algunas mujeres levantaban puñados de pasto en alto.”[16] Frente al boliche La Colorada, “la Santa María los hizo formar en dos filas y pasando de uno en uno, se dejó besar las manos. La misma reverencia brindaron también al compañero de la machí. Finalmente, prorrumpieron en gritos desaforados, se tiraron pasto y barro o se mojaron como niños que juegan al carnaval.

“Luego sacrificaron una yegua; hicieron un hoyo en la tierra para juntar la sangre del animal, pues con ella la machí ahuyentaba al gualicho, es decir al espíritu malo. Y al fin, se ocuparon todos en sus respectivos asados”.[17]

Al tanto de los acontecimientos, Simón se hizo presente en el lugar con un piquete de oficiales y paisanos y exigió la inmediata disolución de la reunión, a la que definió como insurrección. Ante la negativa de los celebrantes, ambas facciones se trabaron en un breve combate con armas de fuego, boleadoras, cuchillos y hachas. La machi alentaba a los suyos asegurando que ella poseía la magia para hacer que las balas se volvieran hacia los policías que las disparaban y que los cuchillos se quebraran. La escaramuza arrojó como resultado tres insurrectos muertos y varios heridos, entre ellos el Cacique.[18]

Detenidos parte de los participantes, pronto todos lograron la libertad, entre ellos María Hortensia Roca, quien, expulsada de la Tribu, falleció en 1943 en un pueblito de la provincia de Buenos Aires.

4.- Consideraciones finales

Estos dos acontecimientos ocurridos en la comunidad indígena de Los Toldos, uno en el tercer cuarto del siglo XIX y el otro a comienzo del XX, si bien tienen la reivindicación étnica como hilo conductor; guardan no obstante diferencias sustanciales entre sí. Siguiendo la interesante lectura que de los hechos y de los distintos contextos históricos en los que tuvieron lugar realiza la investigadora Silvia Calcagno, digamos que la insurrección de Justo excede el plano estrictamente religioso y está dominada por la perspectiva de que era posible aún torcer el curso de los acontecimientos a favor de los suyos. En tanto que en el caso del movimiento liderado por la machi “Santa María”, la derrota de la Campaña del Desierto en 1879-85 implicó para sus contemporáneos, de alguna manera, una idea de clausura casi definitiva de las expectativas indígenas respecto a su futuro como pueblo soberano. Mientras, que la prohibición de la realización de rogativas, imposibilitó la producción de “respuestas sociales capaces de contener las inseguridades individuales, ante lo azaroso de la propia existencia.”[19]

Con la muerte del cacique Simón en 1902, considerado por los pobladores de la Tribu como el último Cacique, la comunidad mapuche de Los Toldos continuó, ahora a través de una cuestionada conducción de su hermano Antonino, por el camino de la asimilación a la sociedad nacional, lo que debilitó la cohesión comunitaria y profundizó la pérdida de identidad étnica y memoria histórica en las generaciones posteriores. No obstante estos esfuerzos por “civilizarse”, la usurpación de tierras indígenas a través de engaños jurídicos, la discriminación, la marginalidad y la pobreza continuaron siendo los principales problemas que asolaron a la Tribu.




* Este artículo fue escrito en marzo de 2015 y se publica aquí por primera vez.
[1] Creada y liderada por el cacique de Salinas Grandes Juan Calfucurá en 1852, reunía a las principales tribus de la pampa. Aunque en 1857 sufrió algunas deserciones, perduró hasta la muerte del Cacique en  1873.
[2] En 1866, el gobierno del general Mitre le otorgó por ley a la Tribu de Coliqueo diez mil hectáreas de campo, y luego en 1868, seis mil más.
[3] Calcagno, Silvia (coord. Isabel Hernández): La Identidad Enmascarada. Los Mapuche de Los Toldos. Editorial Eudeba. Buenos Aires, 1993. Págs. 61 y 62.
[4] Ibídem, pág. 62.
[5] Ibídem, pág. 63.
[6] Magrassi, Guillermo y otros: Conceptos de Antropología Social. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1980. Pág. 200.
[7] Urquizo, Electo: Memorias de un Pobre Diablo. En: Hernández, Isabel: Los Indios de Argentina. Editorial Mapfre. Madrid, 1992. Pág. 221.
[8] Justo fue asesinado por una partida de indios del cacique Pincén, cuando, supuestamente, intentaba regresar a Los Toldos.
[9] Magrassi, Guillermo y otros: ob. cit., pág. 199.
[10] Somos conscientes que la escasa información disponible sobre este acontecimiento dificulta la correcta clasificación del mismo. No obstante, creemos que determinados rasgos mencionados en el texto y unas muy puntuales similitudes con otros casos mejor documentados (por ejemplo Napalpí, Chaco, en 1924), nos habilitan a caracterizarlo, con las debidas reservas aquí expresadas, como movimiento milenarista.
[11] La tradición oral le asignaba condición de mestiza, hija de india y blanco (Sarramone, Alberto: Catriel y los Indios Pampas de Buenos Aires. Editorial Biblos. Azul, 1993. Pág.319).
[12] Bibiana García fue conocida en esa comunidad como Duguthayen que en mapuche significa “Cascada Rumorosa”. “Esta española, que fuera cautivada y llevada a los toldos desde niña, tuvo la posibilidad de reintegrarse a su sistema de vida primaria al ser rescatada por una partida militar, pero ella eligió regresar y seguir siendo india”. En 1880, Bibiana se convirtió en cacica de la tribu de los catrieleros, a quienes lideró durante 30 años, hasta su muerte en 1910. Minor, Walter: 2011, “Reina y Fundadora. La última cacique en la tribu de Catriel”. Disponible en línea: http://historiasdolavarria.blogspot. com.ar/2011/03/bibiana-garcia-dughu-thayen.html. [Fecha de la consulta: 6 de marzo de  2015].
[13] Hux, Meinrado: Coliqueo, el Indio Amigo de Los Toldos. Edición del autor. Buenos Aires, 1972. Pág. 261.
[14] Ibídem, págs. 261 y 262.
[15] Ibídem, pág. 263.
[16] Ibídem, pág. 263.
[17] Ibídem, pág. 263.
[18] Ibídem, págs. 263 y 264.
[19] Calcagno, Silvia: ob. cit., pág. 66.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2015, “Milenarismo y resistencia étnica entre los mapuche de Los Toldos (Buenos Aires, Argentina)”. Disponible en línea: <http://www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar/2015/04/milenarismo-resistencia-etnica-mapuche.html>. [Fecha de la consulta: día/
mes/año].