martes, 2 de septiembre de 2014

Resistencia anticolonialista indígena en América Latina (1492-1825)*

 


Por: Jorge Fava


"La historia es arma. Oprime con la mentira
y el silencio o libera con la verdad".
Ramiro Reynaga "Wankar". Bolivia, 1981.



1.- Introducción

Las recurrentes sublevaciones indígenas de nuestros días, emprendidas con el objeto de lograr un cambio radical en las relaciones interétnicas americanas, reconocen sus raíces en las guerras de liberación que los pueblos originarios llevaron contra el poder colonial desde el inicio mismo de la Conquista.

Aquellos acontecimientos bélicos, jalones principalísimos en la historia de las luchas anticolonialistas indígenas, constituyen los antecedentes fundantes a partir de los cuales la tradición libertaria aborigen se fue construyendo. A veces fragmentariamente, debido a la extrema virulencia de la represión a la que fue sometida, la memoria de esta gesta sobrevivió a cinco siglos de desprecios, ocultamientos y falsificaciones.

Las organizaciones políticas del movimiento indígena actual han reivindicado a través de innumerables documentos esta historia de lucha, destacando la pertinaz oposición con que las diversas etnias nativas objetaron la invasión de sus territorios y la destrucción de sus formas de vida. Esta "otra" historia de la Conquista de América, relato prohibido durante largos años, da cuenta de una voluntad inquebrantable de permanecer ajenos a sujeción alguna.

Conocer, aunque someramente, el desarrollo de aquella resistencia heroica para, a su vez, comprender mejor los acontecimientos de hoy, es el cometido con el que abordamos el presente trabajo.

Recorreremos aquí brevemente algunas de las rebeliones indígenas acaecidas durante el periodo de tiempo que va desde la llegada de los europeos a América en 1492 hasta el fin del sistema colonial en 1825, fecha en la que, consumadas las guerras de independencia, Portugal ya ha perdido todas sus colonias americanas y España sólo conserva Puerto Rico y Cuba.[1] Nos serviremos para ello del excelente libro de la historiadora Josefina Oliva de Coll, "La Resistencia Indígena ante la Conquista",[2] al cual utilizaremos como hoja de ruta para seguir el derrotero de los conquistadores por el Nuevo Mundo y al que enriqueceremos con aportes de otros autores. Además de nuestras propias investigaciones y opiniones, de las que somos los exclusivos responsables.

2.- Se inicia la resistencia

El 12 de octubre de 1492 marca el inicio de lo que, quinientos años después, se daría en llamar "Encuentro de dos mundos". Artilugio retórico de ocasión que pretendió encubrir (una vez más) la realidad de lo que en aquella fecha histórica había dado comienzo en América. Es decir, la opresión y explotación de los pueblos autóctonos por los recién llegados, y la respuesta de estos en forma de contraviolencia organizada, a través de la insurrección armada.

Las islas del Mar Caribe serán el escenario en el que tendrán lugar los primeros contactos entre los europeos y los naturales del Nuevo Mundo, y también donde primero serán exterminados. Superado un breve tiempo inaugural, donde los indígenas se muestran amigables y colaborativos con la tripulación del almirante Cristóbal Colón, rápidamente le seguirá otro de tenaz resistencia en el que, dolorosamente asimiladas en carne propia las verdaderas intenciones de los extranjeros, la lucha por la libertad no tendrá tregua.

En la isla La Española, en los montes Cibao, el 13 de enero de 1493 tiene lugar el primer encuentro armado entre los españoles y los naturales. Los ciguayos, negándose a entregar por la fuerza sus arcos y flechas a los expedicionarios, quienes pretendían capturarlos para llevarlos ante los Reyes de España como exótico trofeo, arremeten contra ellos y se produce una breve escaramuza en la que muere un indio. Ante tan decidida respuesta, los españoles se retiran, pero dos días después lograrán secuestrar y llevarse a cuatro indígenas,[3] los que se convertirán así en los primeros "desaparecidos" de la edad moderna en América.

Las arbitrariedades contra la población indígena se incrementarán con el arribo de más conquistadores en los viajes posteriores de Colón y en los que les seguirán a éstos. La actitud de aquellos que "sólo con llegar se creen los amos",[4] movilizó a los indígenas a una obstinada resistencia con el objeto de expulsar a los extranjeros de sus tierras y así poner fin a la brutalidad española, la que, en procura de obtener la mayor cantidad de oro posible no se detenía ante nada, ni medía métodos, ni escatimaba vejaciones y asesinatos. La cacería de indios para proveer mano de obra al naciente régimen esclavista en las minas y para las plantaciones de caña de azúcar, cuyo cultivo intensivo en las nuevas tierras comienza en 1517 como reemplazo de la producción de Egipto, inaccesible para los europeos ya que por aquella época había caído en manos de los turcos,[5] diezmaba la población de las aldeas de los taínos, ciboneyes y caribes.

Los nombres de los héroes indígenas de aquellas gestas, al menos de algunos de ellos, llegaron hasta nosotros a través de las narraciones de los cronistas de la Conquista. No obstante que la mayoría de estos relatos oscilan entre la invención, la deformación y el encubrimiento del drama que durante ella tuvo lugar, algunas muy pocas y honestas excepciones, como la del dominico fray Bartolomé de Las Casas, nos legaron a través de sus obras "la pura y verdadera realidad de la verdad".[6] Así surgieron a la luz histórica los caciques Caonabo, Guarionex, Mayabanex, Manicoatex, Mancatex, Guatiguanó, Mabiatué, Biautex, Guaroa, Cotubano y el gran estratega guerrillero "Enriquillo" (Enrique Guarocuya), entre tantos otros. Todos destacados líderes anticolonialistas que pagaron un alto precio por defender la libertad de sus pueblos.

2.1.- Las Antillas

Marién, Haití, 25 de diciembre de 1492: un lugar y una fecha claves para la historia de la Conquista de América y su posterior desarrollo. Colón funda allí la primera fortaleza colonialista del Nuevo Mundo, a la que denomina “Navidad”. No será ésta, a pesar de su nombre, un auspicio de paz y esperanza para los aborígenes. Luego de la partida del Almirante hacia España para llevar la buena nueva del descubrimiento a los Reyes Católicos, los 39 hombres dejados allí serán exterminados y la fortaleza incendiada por el cacique de Maguana, Caonabo, en represalia por sus repetidos desmanes y abusos sobre la población india.

A su regreso, apremiado por los altos costes de su empresa exploradora y el poco oro hasta entonces recolectado, Colón impondrá a los indígenas un gravoso tributo a pagar en el preciado metal, lo que para estos implicaba someterse al penoso trabajo en las ricas minas auríferas de la región. Para un mejor control del cumplimiento de sus resistidas instrucciones funda en el Cibao el fuerte de Santo Tomás, el que en 1494 será sitiado por Caonabo y su gente durante treinta días de duros enfrentamientos. Convencido de la insuficiencia de sus fuerzas para lograr la expulsión definitiva de los extranjeros, Caonabo acuerda con otros caciques una alianza antiespañola, a la que habrá de oponerse el colaboracionista Guacanagarí, cacique de Marién que había prometido paz y amistad a Colón. Esta alianza hará la vida imposible a los conquistadores, hasta que, apresado a través de un ardid, Caonabo será enviado por Colón a España con el objeto de alejarlo de los suyos, empeñados en liberarlo. Una fuerte tormenta tropical hundirá el barco en que viaja el valiente cacique, muriendo así el primer gran líder de la resistencia anticolonialista indígena en América.

La confederación iniciada por Caonabo, será finalmente destruida por los españoles. Hecho prisionero su hermano Manicoatex, los demás cacique regresan a sus tierras, no sin antes destruir los sembradíos con la esperanza que los castellanos mueran de hambre. Así, durante este reflujo rebelde la pequeña isla Saona, dominio del cacique Cotubano, se convertirá en refugio de los que, desesperados, huyen de la feroz persecución de los conquistadores. Descubierto el “santuario” y una vez llegados hasta allí, los despiadados escarmentadores buscan a Cotubano a quien, luego de una desigual lucha cuerpo a cuerpo, capturan y trasladan hasta Santo Domingo donde es ahorcado. Con el propósito de “pacificar” la región y evitar nuevas sublevaciones, la isla es ocupada y los indígenas repartidos entre encomenderos españoles.

La invasión del territorio continuará tan cruel e imparable, como decidida y heroica será la resistencia india al avance del invasor. Enriquillo, llamado así por haber crecido en un convento franciscano, condujo el más grande y efectivo alzamiento en Haití. No pudiendo "soportar por más tiempo la opresión de los españoles, y seguido por numerosos amigos se alzó en las montañas de la Sierra del Bahoruco en 1520, y la convirtió en una fortaleza inexpugnable… Enriquillo, a medida que le iban llegando refuerzos, los organizaba con acierto y precisión. (…) Los intentos de los españoles por entrar en el Bahoruco fueron inútiles. Después de entrar en aquellas sierras, pocos eran los que salvaban la vida huyendo trabajosamente (…) La insurrección de Enriquillo, así como la situación en Cuba y Puerto Rico, inquietaron sobremanera a la Corona española, la que se decidió a pactar con el jefe indio. Ese pacto fue en esencia una derrota de las armas españolas, incapaces de vencer a los indios porque éstos habían asimilado sus técnicas de combate y estaban en igualdad de condiciones. Después de 13 años de combates, se concertó la paz".[7]

Como las peores pestes, la ferocidad conquistadora se diseminó incontenible por las otras islas. Puerto Rico, Jamaica y Cuba no habrán de quedar afuera de la ambición por el oro y la fuerza de trabajo indios. En sólo tres años los españoles se expandieron por las Antillas.

En 1511 se inicia la resistencia en Puerto Rico. El cacique Agüeybaná asalta un poblado de los españoles, lo incendia y mata al encomendero y a sus habitantes. Poco después, Guarionex hace lo propio con otro poblado cristiano, durante cuya acción pierde la vida. Los demás caciques taínos atacan otros sitios de la isla donde logran asesinar a muchos españoles. La revancha hispana será cruenta y llevará por objetivo destruir a todos los indígenas sublevados. A pesar de la valiente resistencia, Agüeybaná y buena parte de sus caciques e indios son finalmente muertos por el conquistador. El resto de los hombres se refugian en las selvas desde donde pasan a las distintas islas y continúan la lucha, a veces en  alianza con los temibles caribes.

Oriundo de Haití y desplazado a Cuba junto a otros caciques por el avance de la conquista, Hatuey, guerrero taíno infatigable, se enfrenta a las tropas españolas por la libertad y en contra de la sumisión que los extranjeros le exigían como condición para respetar su vida y la de su gente. Superadas sus fuerzas por la tecnología militar del conquistador, se repliega al monte donde finalmente es capturado y condenado a la hoguera por sus "graves delitos". Su digno ejemplo es recordado porque, momentos antes de su ejecución y frente al ofrecimiento del sacerdote de bautizarlo para que así su alma pueda acceder al cielo, se niega argumentando que prefiere ir al infierno y no al cielo, por no encontrase allí con los cristianos. El valeroso Caguax será su reemplazo en la lucha.

El cacique Guamá, quien conocía las proezas de Enriquillo en Haití, es considerado por algunos autores como el iniciador de la guerra de guerrillas en Cuba. A partir de 1522, "acompañado de un grupo de insumisos, ataca siempre que puede al invasor… No opone Guamá un ejército al ejército, sino que ataca por pequeños grupos, en guerrilla".[8] Desde su refugio infranqueable en las montañas de Baracoa, asalta y quema pueblos y haciendas, obligando a sus pobladores a abandonarlos. Luego de varias expediciones fallidas para dar con el cacique y capturarlo, en 1533, en un encuentro con los españoles es abatido de un tiro luego de una encarnizada lucha.

En repetidas ocasiones, los indígenas pusieron en práctica una táctica que habrá de tener un importante desarrollo en los siglos venideros, durante las denominadas guerras revolucionarias. Utilizaron los montes como un refugio seguro para sus guerreros y el "muerde y huye"[9] como un método con el cual enfrentar con eficacia a un enemigo temible por su poder de fuego, producto de su moderno armamento. Esta técnica de combate es considerada por los expertos "una ley de la vida", de ahí que, "aún ignorando este principio fundamental de la doctrina militar se recurra naturalmente a actos que la conforman cuando se está frente a un desequilibrio negativo en la correlación de fuerzas tanto a nivel individual, como de clases o entre contendientes de otra categoría."[10]

En las Antilla Menores, los indígenas caribes, libres de intrusión extranjera hasta 1632, fueron feroces oponentes cuando ésta dio inicio. Ingleses, holandeses y franceses comenzaron entonces una guerra de exterminio contra los valientes caribes, quienes en ocasiones prefirieron el suicidio en masa que el sometimiento a los extranjeros. Ante la imposibilidad de reducirlos por la fuerza, en 1660 pactaron la paz con ellos.

3.- La invasión del continente

La llamada Tierra Firme tampoco escaparía a la avaricia y la esclavitud. Desde las islas iban en busca de oro y mano de obra indígena para plantaciones y minas o el tráfico esclavista, debido a que la gran mortandad que de ellos habían hecho hizo decrecer la población autóctona y necesitaban reponerla para poder continuar con la inmisericorde explotación de la que la hacían objeto en pos de su enriquecimiento personal y el de la Corona.[11]

La conquista de las tierras bajas del continente se inicia con la misma barbarie que había sido moneda corriente en las islas La Española, Puerto Rico, Jamaica y Cuba. Esclavizados, torturados o asesinados, los indígenas optarán por la contraviolencia y la guerra de guerrillas se expande por el interior del continente al paso de los conquistadores, a los que asaltan a la menor oportunidad que se les presenta. En tierras del Darién, el cacique Cemaco ataca a un grupo de españoles, entre los que se encuentra Francisco Pizarro, a los que pone en aprietos, aunque luego es derrotado. Reconstruido su ejército, el cacique persigue y hostiga reiteradamente a los españoles, quienes intentan capturarlo sin lograrlo. Otros caciques, Abraiba, Abenamachei y Abibeiba, se suman a la campaña de Cemaco contra los invasores, aunque una delación les impedirá llevar a cabo sus planes y les costara sus vidas. Confederados con Cemaco, los caciques Bea, Corobarí y Guaturo, rebeldes con sobradas causas, son perseguidos y ejecutados por los españoles.

Jefes indios, tales como Pecorosa y Tubanamá, inicialmente amigos y colaboradores de los castellanos, hartos de las arbitrariedades de éstos se convertirán en temibles enemigos.

En Veraguas, Panamá, el muy astuto cacique Urraca, aliado con sus vecinos Musa y Bulaba, combate a los españoles con una muy eficaz estratagema que combinaba emboscadas y rápidos repliegues. Aunque finalmente los conquistadores lograron controlar la situación, a Urraca jamás pudieron atraparlo. En la misma región, el cacique Dururua, logra lo que algunos autores llamaron una "victoria definitiva",[12] ya que, derrotados los españoles la primera vez, los posteriores intentos tienen los mismos resultados.

En las islas del mar del sur, ricas en perlas, el cacique Chucama y diecinueve jefes más, mueren aperreados acusados de conspiración y del ataque al campamento de los invasores, al que habían incendiado. Los indígenas persiguen y acosan a los asesinos que huyen para evitar el seguro escarmiento. En tierras del cacique Toragre son atacados por éste con tal dureza que son forzados a continuar la huida.

En Pariba, el cacique Cutara, incendiada su aldea y secuestradas sus mujeres por los españoles, reúne a su gente y acomete a los bandidos a quienes despoja de las perlas y el oro robados y rescata a las cautivas. En su retirada hacia el Darién, los europeos son atacados por el cacique Natá, quién tenía cuentas pendientes con los extranjeros y supo ponerlas al día.

En estas tierras, y por boca de algunos caciques, Vasco Núñez escuchará por primera vez sobre el Perú, un reino de fabulosas riquezas ubicado a varias jornadas hacia el sur. Relato que lo obsesionará hasta hacerle perder la vida.

En la primera entrada a Nicaragua con propósitos de conquista, los extranjeros son atacados por el cacique Diriangén el 17 de abril de 1523. Dada la inferioridad de condiciones en la que éstos se encuentran y el mucho oro recolectado, deciden dar por terminada la campaña y regresan a Panamá. Entre finales de 1523 e inicios de 1524, parten tres nuevas expediciones las que, en lucha entre sí por el posible botín, hacen grandes estragos entre los indígenas, quienes no obstante no dejan de oponerles una dura resistencia. En la zona de los grandes lagos, los conquistadores habrán de enfrentarse con la firme oposición de los aguerridos caciques Tenderí y Adiac, además del ya conocido Diriangén.[13]

En las altas montañas, el cacique Nicaroguán observa con indignación los movimientos de los españoles y les advierte que se alejen de su territorio o que de lo contrario les hará la guerra. Los castellanos simulan acatar la orden del cacique pero luego, desprevenido éste, lo atacan con el apoyo de los caciques Nicaragua y Nicoya. A pesar del decidido contraataque de los rebeldes, la artillería inclinará la balanza a favor de los cristianos. Nicaroguán derrotado se refugia en las montañas. No dándose por vencido, habrá de regresar con irregular continuidad para asolar a las encomiendas de los españoles y sembrar la intranquilidad en sus espíritus. Hasta que en 1678, un bien pertrechado ejército invasor derrotará definitivamente al indomable cacique, quien ante el desastre optará por el suicidio arrojándose a un profundo barranco.

A partir de 1600, y en fechas posteriores, los españoles envían una serie de expediciones por la costa de los grandes ríos, en el sector oriental del país, zona habitada por los sumos, wawas, toakas, tonglas y ramas pertenecientes a la familia caribe, las que son exterminadas por éstos. En el norte, los jicaques realizan una serie de ataques a pueblos y guarniciones españoles. Los más importantes de los registrados en documentos coloniales son los de los años 1617, 1647, 1651 y 1654. La situación era aún más grave en la costa atlántica entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, con las incursiones ofensivas de los misquitos, a veces asociados con los caribes.[14]

Ya establecida la Colonia con sus instituciones gravosas para los indios, las rebeliones no habrán de detenerse: los subtiavas en 1681; Sébaco 1693; León 1725; Yarrince, cacique indígena de los boacos, en 1777; los misquitos en 1782. Y no serán las únicas, ni las últimas.[15]

3.1.- México y Guatemala

Champotón, 1517. La primera incursión de los conquistadores en busca de esclavos en tierras mexicanas terminará en desgracia. Los indígenas mayas repelen con decisión a los invasores, matando a la mitad de ellos. Habrá otros intentos con suerte diversa y algunas colaboraciones nativas, las que, como en el caso del cacique de Tabasco, con la ayuda de la crueldad española habrán de tornarse al cabo en encarnizada resistencia.

En camino hacia la capital azteca, los conquistadores capitaneados por el intrigante Hernán Cortés llegan a Tlaxcala. El joven Xicotencatl, contrariando la decisión tomada por los caciques tlaxcaltecas de abrirles el paso hacia Tenochtitlan, los ataca con ferocidad durante los días y las noches en los que los conquistadores se empeñan en avanzar en pos de su codiciado objetivo, y les produce numerosas bajas. Pero una alianza tejida entre los españoles y los caciques de Tlaxcala, con la promesa de los primeros de liberarlos de sus acérrimos enemigos mexicas si colaboran con ellos, dejó a Xicotencatl en una situación difícil, la que finalmente se saldó con el ajusticiamiento de éste por los españoles.

Tenochtitlan, cabecera de la Triple Alianza (confederación de ciudades-estado que integraba junto a Texcoco y Tlacopan), era de una magnificencia desconocida en la Europa medieval. Localizada en el lago Texcoco y rodeada por agua parecía una fortaleza inexpugnable. No obstante escondía una peligrosa debilidad en el corazón mismo del poder. Al descontento por el señorío que imponían los aztecas entre los pueblos sojuzgados (que consistía en un tributo periódico pagadero en materias primas y/o mano de obra) se sumaban las contradicciones internas entre facciones de la élite tenochca en pugna por la monopolización del control de la Excan Tlahtoloyan (Triple Alianza), las que se profundizaron con la llegada de los conquistadores y derivaron en la muerte del tlatoani Moctezuma II (véase el artículo "Motecuhzoma II y la revolución frustrada del año 1-Caña" en este blog). De manera que, cuando fue la hora de las armas, el pueblo mexica liderado por el gran guerrero y nuevo soberano Cuauhtémoc, opuso a las huestes de Hernán Cortés una tenaz y heroica resistencia que costó infinidad de vidas. Por su parte, los españoles subyugados por el oro y las piedras preciosas del opulento reino, no dudan sobre sus propósitos y acometen la conquista de la capital por tierra y agua, con el apoyo de gran número de sus asociados tlaxcaltecas. Así, luego de 75 días de cruentos combates, con centenas de miles de muertos y reducida a escombros la fabulosa ciudad, Tenochtitlan, el frustrado "Stalingrado" indígena, cayó bajo la bota del conquistador. El soldado y cronista Bernal Díaz del Castillo rememorando la gran mortandad que allí tuvo lugar, escribió: "no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos".[16] Ante tamaña destrucción y agotadas ya las posibilidades de continuar la defensa, el 13 de agosto de 1521 el tlatoani Cuauhtémoc negocia el fin de la guerra y se entrega ante Cortés acompañado por Coanacoch y Tetlepanquetzal, señores de Texcoco y Tlacopan respectivamente. Como todos los líderes indígenas que negociaron algo con los españoles, será finalmente traicionado y ahorcado en 1525, acusado falsamente de estar conspirando contra sus captores.

Batalla de Tenochtitlan, 1521 (Códice Florentino, siglo XVI).

La derrota de los mexicas y la subsecuente desarticulación de la Triple Alianza abrió definitivamente Mesoamérica a la conquista y el saqueo de sus riquezas, tarea que se cumplió escrupulosamente.

Hacia el sur, en el altiplano guatemalteco en 1524 y posteriormente en la península de Yucatán, en el año 1527, la campaña contra los mayas, encuentra una feroz e inclaudicable resistencia que logra retrasar la conquista durante años.[17]

En Chichén, la muerte del cacique Naabon Cupul tratando de librarse de la sujeción del español Francisco de Montejo subleva a los indígenas, los que derrotan al conquistador y lo expulsan de su territorio.

En 1546, una gran insurrección en las provincias del oriente buscará sacudirse el peso del yugo español, para lo cual asesinan a varios conquistadores y a muchos más colaboracionistas indios.

Los caciques Tecum Umán, Teppepul, Cahí-Imox, Belehé-Qat, Jacinto Canek, Andrés Cocom y otros liderarán en distintas épocas rebeliones contra la sujeción española. El tributo, la brutalidad del trato dispensado a los indios, la imposición religiosa y los agotadores trabajos en los lavaderos de oro serán las principales causas que impulsarán las sublevaciones.

En una isla del lago Petén-Itzá, alejada de las rutas transitadas por los conquistadores, se levantaba la última ciudad-estado maya de Guatemala, Tayasal. Fundada por los Itzáes en el siglo XIII, permaneció autónoma hasta finales del siglo XVII. En 1622, y en respuesta a la denuncia de dos religiosos que allí vivieron y quienes acusaban a los mayas de idólatras incorregibles, un batallón de soldados españoles se hizo presente en la ciudad donde fueron masacrados por los indios. En 1696, en un nuevo intento por lograr la sumisión de la capital del halach uinic Canek, y sirviéndose esta vez de una serie de profecías que auguraban un tiempo de destrucción y transformación para los mayas a partir del período calendario que estaba próximo a dar inicio, el padre Avendaño conmina durante tres días a los dirigentes y sacerdotes a abandonar los viejos dioses, convertirse al cristianismo y someterse a las autoridades ibéricas en observancia de las mencionadas predicciones. En respuesta, un noble itzá le espetará en la cara: "¿y que importa que el tiempo se haya cumplido si aún no se le ha gastado a mi lanza de pedernal esta delgada punta?".[18] Finalmente, y en represalia por sus desmedidos anhelos de libertad, el gobernador de Yucatán, con un ejército armado con mosquetes y una galeota para cruzar el lago, emprende la conquista de la ciudad, la que logra el 13 de marzo de 1697.

La impiedad de los extranjeros, el poder de sus armas, sus imparables caballos lanzados al galope y sus feroces mastines modifican -como ya se dijo- las formas de guerrear de los indígenas. A partir de 1526, los quiché y los cakchiqueles ya no enfrentan directamente a los conquistadores y recurren a nuevas técnicas de lucha, las que incluyen la colocación de mortíferas trampas en las cuales los caballos y sus jinetes mueren atravesados por puntiagudas estacas, a veces envenenadas, ocultas en los accesos a sus aldeas. La eficacia de estas tácticas "vietnamitas" hizo retroceder a los invasores y desistir de aquellos objetivos poco redituables.

Dado el papel determinante que las armas europeas jugaron en la Conquista, haremos aquí un breve repaso de ellas de acuerdo al cuerpo militar que las utilizaba. Artillería: esmeril, falconete, verso, cañón y culebrina. Infantería: arcabuz de mecha, mosquete de rueda, ballesta, pica, espada corta, daga y puñal. Caballería: lanza, alabarda, espada larga, carabina, pistola de rueda, dardo (especie de pica pequeña), adarga y rodela. Por su parte, los indígenas les opondrán una serie de armas a las cuales fray Bartolomé de Las Casas se refiere como "harto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa".[19] Estas son: arco y flecha, propulsor, bola, boleadora, honda, cuchillo, dardo, lanza, macana (maza o garrote), lazo y rodela. [20] El profesor Dick E. Ibarra Grasso estima que la adopción por parte de los españoles del escaupil, armadura flexible de algodón de los mexicas, fue decisiva en la conquista de América ya que "ningún arma indígena (carecían de buenas puntas) podía pasarla, en tanto que las espadas, puñales, lanzas y balas españolas, sí podían hacerlo".[21] Debe hacerse notar, además, que los distintos ejércitos indios hicieron uso de solo algunas de las armas que aquí enumeramos como propias, ya que ninguno de ellos las poseyó a todas. No obstante el evidente desequilibrio que el poder de fuego español imponía en la contienda, los guerreros nativos tratarán de compensarlo a fuerza de astucia, audacia y decisión.

La resistencia florecía por doquier y se prolongaba en el tiempo. En la costa del Pacífico, en 1526 los xinkas, atacados por los cristianos los enfrentan valientemente en dos encarnizadas batallas. En la península de Yucatán, los mayas se les oponen y los expulsan en 1527-1528 y en 1531-1535. En 1530, liderados por el ajau Copán Galel, los chortis hondureños resisten durante un año la agresión española. En 1556 se registra el levantamiento de las verapaces, en tanto que los choles mantendrán su autonomía hasta 1695. En años posteriores la contraviolencia de los pueblos indios habrá de regresar obstinadamente a través de nuevas sublevaciones: Tehuantepec en 1660; los zoques de Tuxtla en 1693; "Chiapas, en 1708; zendales, tzotzil y tzeltal en 1712; Tecpán en 1743; Cobán y Rabinal en 1770; Cobán en 1803; San Martín Cuchumatanes, Santiago Momostenango e Ixtahuacán, en 1813; Santa María Chiquimula en 1818 y Totonicapán en 1820"[22] (sobre esta última volveremos más adelante).

La más importante de estas rebeliones fue la de los tzeltales, la que tuvo lugar entre principios de agosto y mediados de diciembre de 1712, en la provincia de Chiapas. Los principales motivos del alzamiento fueron vengar los agravios y sufrimientos ocasionados por los españoles y establecer la verdadera religión (un cristianismo de cuño indígena). Con un fuerte contenido mesiánico, la buena nueva se extendió rápidamente desde su epicentro en Cancuc hacia los pueblos indios de los altos y su periferia, concitando el apoyo de buena parte de ellos. Bajo la dirección del profeta tzotzil Sebastián Gómez, el ejército indígena asaltó Ocosingo, destruyó haciendas y el ingenio azucarero, para luego continuar con una caza sistemática de clérigos y religiosos a los que ejecutaban. Finalmente, debido a los desvaríos teocráticos de Gómez y al incumplimiento de poner fin a los tributos y demás injusticias, la rebelión fue perdiendo apoyo entre los indios y terminó aplastada por las tropas colonialistas de Guatemala y Tabasco.[23]

En su avance hacia el sur, los conquistadores se encuentran con el cacique Lempira quien les cierra el paso en Honduras. Iniciado el combate, el cacique resiste valientemente durante seis meses hasta que es abatido de manera artera y su ejército es dispersado.

En el oeste de México, la insurrección de 1541 liderada por Tenamaxtle (a) "Diego el Zacateco", coaligado con los caciques Xiutleque, Petacal y Tenquital, conmocionó la región por sus dimensiones y potencial revulsivo. Otro tanto hicieron los indios pueblo en el norte mexicano, que en 1680 y durante doce años se opusieron a la conquista española, especialmente a la penetración de la Iglesia católica y sus misioneros. Conflicto que habrá de reiniciarse en 1696.

En 1533, los yaquis del noroeste mexicano, derrotan a los españoles en su primer encuentro y se aseguran así un largo período de paz. En 1740, establecida ya la Colonia, los yaquis, mayos y pimas de Sonora, liderados por Juan Calixto -entre otros jefes-, se rebelan contra el sistema misional de los padres de la Compañía de Jesús debido a la intromisión de éstos en los asuntos internos de la tribu y las excesivas cargas de trabajo a las que los sometían. En el futuro (durante la etapa posterior a la independencia) estos pueblos habrán de demostrar, una y otra vez, su firme voluntad de resistir al despojo de su territorio y de los recursos naturales en él existentes.

Ya próximos al fin de la Colonia, en la Capitanía General de Guatemala se produjeron, como vimos, una serie de rebeliones indígenas, de las cuales la de Totonicapán en 1820 fue una de las más significativas. Dirigida por Atanasio Tzul, Lucas Aguilar y Manuel Tot, si bien no llegó a ser una amenaza sustantiva para la frágil estabilidad del sistema institucional español, fue salvajemente reprimida.

3.2.- América del Sur

En el año 1520, los conquistadores desembarcan en la Isla Margarita y desde allí se trasladan a las costas de Venezuela. Las perlas, abundantes en estas islas, así como también la disponibilidad de indios para el tráfico esclavista, constituyen el gran incentivo para la ocupación de las tierras de los guantas y zapoaras. Las acostumbradas iniquidades que los españoles sometían a las tribus con las que tomaban contacto, prontamente hizo también aquí estallar la sublevación. Los caciques Paramaiboa y Pariaguán, respetados guerreros de estas tierras, se alían para enfrentar a los usurpadores, y lo hacen con gran coraje y entrega hasta el límite de sus fuerzas.

En Caracas, de la sangre derramada por un pueblo ultrajado, renacerá inclaudicable la rebeldía que habrá de refutar, una y otra vez, las pretensiones de los Reyes Católicos sobre sus dominios ancestrales y sus vidas. Así, en 1560, araguas, cumanogotas y maracayes, liderados por el joven cacique Guaicapuro, se constituirán en los continuadores de la epopeya libertaria de tantos héroes caídos en defensa de su más sagrado bien: la libertad. Otros patriotas que fueron parte de esta gesta son: Catiá, Urinare y Paramacay.

En el golfo de Paria, la transmutación del triunfo de Cuycutúa en la derrota de Uricagua, hace reflexionar al ejército de los yaracuyes sobre la inconveniencia de enfrentar abiertamente a las fuerzas mercenarias del invasor y su devastador poder de fuego, y cambian la estrategia. Se repliegan entonces a las montañas y desde allí hostigan a los conquistadores por más de veinte años. Su jefe, el indómito cacique Yaracuy, hecho prisionero por los españoles en la batalla de Uricagua, muere arcabuceado en el campamento enemigo luego que atacara desarmado a sus carceleros en un descuido de estos.

A partir de 1667, la colonia continental holandesa -hoy Surinam- es sacudida por una serie de violentos levantamientos indígenas arawak y caribe contra la explotación en las plantaciones de caña de azúcar. Forzado por la intransigencia nativa, en 1683 el gobernador colonial firma la paz con los rebeldes salvaguardándolos de la esclavitud. La situación de libertad en aislamiento de estas tribus se mantendrá hasta principios del siglo XIX.[24]

En las inextricables y húmedas selvas del gigantesco Brasil habitadas por grupos arawak y caribes en el norte, tupí-guaraní en la costa este y el valle del río Amazonas, pano en el oeste y ge en el este y sur, los conquistadores portugueses "recién a mediados del siglo XVII consiguieron dominar la desembocadura del Amazonas y zonas aledañas. El interior permaneció insondable, protegido por las comunidades originarias y por aquellas otras que a través de la resistencia pasiva (la retirada a lugares inaccesibles) se albergaron en él".[25] Perseguidos algunos de ellos durante el siglo XVII con el objeto de esclavizarlos o reducirlos (principalmente los tupí-guaraní, germen y nervio de la oposición organizada a la Conquista desde sus inicios), los más aislados conservaron su forma de vida tradicional hasta finales del siglo XIX.

La actual Colombia, rica en oro y esmeraldas, y supuesto lugar de asiento del fabuloso "El Dorado", leyenda india que exacerbó la avaricia de los conquistadores hasta el delirio, fue la patria de una refinada cultura nativa, los chibchas, localizada en la cordillera oriental de los Andes. Dos eran sus gobernantes en 1536 cuando llegaron los españoles, el zipa de Bogotá, Tisquesuza y el zaque de Tunja, Quimuinchatecha. Ambos enfrentarán a los intrusos cuando estos, sin permiso, invadieron sus reinos. La resistencia fue feroz, pero la lujuriosa codicia por los tesoros indios y las infinitamente superiores armas de guerra de los castellanos, desconocidas hasta entonces por los chibchas, lograrán volcar a su favor la situación en el año de 1541.

En Duitama, otro cacique chibcha, Tundama, al tanto de la suerte corrida por sus hermanos de Tunja y Bogotá, recibirá a los usurpadores extranjeros con una lluvia de flechas obligándolos a desviar su camino.

La resistencia hallada por los conquistadores a su paso por el territorio que en siglos posteriores habrían de bautizar Reino de Nueva Granada, era tanta y de tal intensidad que hizo afirmar al cronista Antonio Herrera que no transcurría "día sin tener batalla con los indios".[26]

En años ulteriores, en la zona andina del sudoeste colombiano los combativos nasa (páez) emboscan, asaltan e incendian, logrando poner en jaque la empresa colonizadora de España.[27] Pedro Cieza de León, cronista e historiador español, nos legó su sesgada versión de los hechos: "Han muerto tantos y tan esforzados y valientes españoles, así capitanes como soldados, que pone muy gran lástima y no poco espanto ver que estos indios, siendo tan pocos, hayan hecho tanto mal".[28]

En 1578, la amazonia ecuatoriana también se levantará en armas para expulsar al conquistador extranjero. Los indios quijos, hartos de la explotación en las encomiendas, los abusos y las crueles vejaciones, se rebelan incitados por sus poderosos chamanes y liderados por el cacique Jumandi. Este movimiento, que contenía elementos de características mesiánicas, intentó además confederarse con otras comunidades indias de la selva y la sierra y constituir así una gran fuerza anticolonialista multiétnica, la que por diversas razones no llegó a formalizarse a tiempo. Luego de unos primeros éxitos militares protagonizados por los chamanes, el asalto a una importante ciudad española de la región fracasa debido a delaciones y por el apoyo de los refuerzos llegados desde Quito. Los conjurados se refugian en la selva, pero poco tiempo después son capturados. Todos serán ferozmente torturados, descuartizados y sus cabezas exhibidas.[29]

En el Perú, otro de los centros de alta cultura del continente, los Incas ya habían recibido noticias (imposible pensar que no, considerando el eficaz sistema de chasquis con que contaba el imperio) de la llegada de los barbados hombres blancos que, montados sobre poderosos animales y cubiertos sus cuerpos con metal, imponían su ley (la del saqueo y el asesinato) a sangre y fuego. La Conquista había dado inicio en estas tierras en 1524, pero no sería sino hasta el 16 de noviembre de 1532, que el Inca Atahualpa y el adelantado Francisco Pizarro habrían de encontrarse en Cajamarca.

Ese día, el Inca va al encuentro de los castellanos acompañado de un multitudinario séquito y gran número de guerreros, ignorante de la trampa que allí le espera. Los españoles han planeado la captura de Atahualpa y para ello se prepararon. Llegado el Inca, y a la señal indicada, abren fuego de artillería sobre la multitud y la acometen con los caballos, las filosas espadas y las mortíferas ballestas. En medio del desconcierto y el terror, el propio Pizarro encara al Inca en su litera y lo hace prisionero. Miles son los muertos del lado indígena, ninguno del lado cristiano. Este último detalle rebela un hecho que ha sido reiteradamente tergiversado por la historia oficial de la Conquista. Los soldados de Atahualpa fueron al encuentro de Cajamarca desarmados. Este hecho lo confirma Hernando Pizarro, cuando en carta a la Audiencia Real de Santo Domingo, dice: "como los indios estaban sin armas, fueron desbaratados sin peligro de ningún cristiano".[30]

La promesa del prisionero real de llenar de plata y oro la pieza donde se hallaba detenido, asunto con el que estaba cumpliendo, no alcanzó para salvar su vida. Finalmente Francisco Pizarro lo ejecutará acusándolo falsamente de estar preparando un gran ejército para atacarlos y así lograr su liberación. Muerto el Inca, los españoles continúan camino hacia el Cusco, capital del imperio de los quechuas. (En el propósito de una rápida conquista de la metrópoli inca, además de la apropiación de sus cuantiosos tesoros, existía también una cuestión de importancia geopolítica. Como Tenochtitlan, el Cuzco constituía el otro polo que debía ser dominado si se quería controlar buena parte de los valles y altiplanos de la cordillera de los Andes y así expandir la conquista hacia otros territorios del subcontinente con la retaguardia pacificada.)

La ejecución de Atahualpa por los españoles el 26 de julio
de 1533 (dibujo de Felipe Guamán Poma de Ayala, 1615).

La respuesta no se demora. El general Rumiñahui desde Quito organiza la resistencia contra el invasor haciendo uso de recursos ingeniosos con el objeto de compensar el poder de las armas españolas. En 1533, se enfrenta a Belalcázar, que pretendía acabar con él, en una larga y encarnizada batalla. Los resultados no son los previstos por Rumiñahui y decide entonces retroceder con su gente hacia las montañas, donde será finalmente alcanzado y muerto en la hoguera junto a otros caciques.

Por su parte, el inca Titu Atauchi ataca a los españoles que viajaban hacia el Cusco produciéndoles bajas y capturándoles algunas gentes. Quízquiz, otro famoso general del ejército inca, también se suma al acoso de los conquistadores y con astutas tácticas militares logra infligirles una significativa derrota. Reunidos los dos generales incas en Cajamarca, le hacen llegar a Pizarro un propuesta para una "convivencia pacífica" entre ambos bandos, aceptando, como mal menor, la permanencia de los españoles en el Perú bajo muy determinadas condiciones que ellos allí especifican. Posteriormente Quízquiz, partidario de continuar la guerra contra los invasores, renegará de esta propuesta y en una dura discusión al respecto morirá lanceado por su subordinado Huaipallca.[31]

Pizarro, que previamente a su viaje hacia la capital del imperio había capturado y durante éste quemado al general Calicuchima, figura clave del ejército inca, llega por fin al Cuzco. Allí se le presenta Manco Cápac II, el nuevo Inca que él mismo había elegido en reemplazo del asesinado Atahualpa. Este Inca, luego de algunas vicisitudes que incluyeron su propio encarcelamiento en la fortaleza del Cuzco, convencido ya que los españoles no habrían de restituirle el viejo Tawantinsuyu, organiza en secreto una rebelión. Cuando esta estalla, Manco Cápac II le pone sitio al Cuzco y lo incendia. Diez meses habrá de mantener el cerco el Inca, hasta que debilitado su ejército por las fuerzas españolas, huye con su gente a las selváticas montañas del este donde se refugiará en la inaccesible Vilcabamba. A partir de allí, el Perú se sumirá en una guerra a muerte entre los conquistadores Pizarro y Almagro por el reparto del botín de los Incas.

Pero la ciudadela de Vilcabamba no será solo un resguardo seguro para la élite Inca, sino también la retaguardia desde la cual se planean y dirigen los ataques que continuarán hostigando a los cristianos, hasta la captura y ejecución del hijo de Manco Cápac II, Túpac Amaru, en el año 1572.

Nacido en Huamanga en la década de 1560, el Taqui Ongoy (que en lengua quechua significa "la enfermedad de la danza") rápidamente ganó adeptos, extendiéndose por Cuzco, Charcas, Jauja, Lima, Soras, Río Pampas y Lucanas. Este movimiento, de contenido milenarista, pregonaba la llegada de un nuevo tiempo y la restitución del mundo a sus originales dueños a través de un cataclismo. Condenaba la apertura de la sociedad indígena a las influencias extrañas como así también el colaboracionismo con el invasor español.[32] Los taquiongos se decían mensajeros de las huacas y transmitían el inevitable advenimiento convulsionando las aldeas andinas, en las que la expulsión de los europeos era un anhelo profundamente compartido. Finalmente los españoles logran abortar este intento insurgente indígena en su inicio y regresar la situación a su estado de latencia anterior.

El opresivo sistema colonial instaurado en América basaba su estructura económica en la impiadosa explotación de la mano de obra indígena. La mita minera, los obrajes (especie de talleres textiles) y el abuso de los corregidores a mediados del siglo XVIII, tenía a las provincias de los virreinatos del Perú y del Plata próximas al estallido insurreccional. A través del llamado reparto, los inescrupulosos corregidores obligaban a los indígenas a comprar a precios exorbitantes, cuanto objeto inútil dichos funcionarios coloniales desearan transformar en metálico para su propio enriquecimiento. Este perverso sistema no sólo empobrecía al indio, sino que lo endeudaba por el resto de su vida.[33]

Una serie de levantamientos locales marcarían el rechazo de los indios al estado de cosas en la Colonia. Entre 1742 y 1756, la rebelión de Juan Santos (a) "Atahualpa Apu Inca", en Tarma y Chanchamayo, señaló el camino por el que habrían de transitar los desatendidos reclamos indígenas a las autoridades coloniales. Le seguirían: Lima y Huarochirí en 1750, Jauja en 1755, Trujillo en 1756, Cajamarca en 1762, Huamanga en 1765, Caillona en 1769, Cuzco y Chumbivilcas en 1775, Condesuyos y Paucarcolla en 1776, Urubamba y Cotabamba en 1777, entre otras.[34] Los etnohistoriadores registran alrededor de cien sublevaciones contra el poder español solamente en el siglo XVIII.

En este clima prerrevolucionario lo inevitable se hará realidad. La gran rebelión indígena, preludio de las guerras por la emancipación nacional, se puso en marcha arrolladoramente a través de los virreinatos del Perú y del Plata. El 4 de noviembre de 1780, en Tinta, Perú, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, y su aguerrida e inteligente esposa, Micaela Bastidas Puyucahua, darán inicio a la mayor rebelión indígena que las autoridades españolas tendrán que enfrentar en lo que le queda de vida a la Colonia en América. La insurrección prospera rápidamente y se extiende como reguero de pólvora a otras provincias. En Acos, la cacica Tomasa Titu Condemayta se suma a la lucha y enfrenta con un grupo de mujeres a los españoles. En tierras del Alto Perú, importante área cultural aymara, Tomás Katari y sus hermanos Dámaso y Nicolás enfrentan decididamente los abusos de los corregidores, caciques y curas doctrineros de la provincia de Chayanta (norte de Potosí).[35] Muertos en 1781 a manos de las autoridades españolas, el otro gran dirigente revolucionario, entra en escena: Julián Apaza, oriundo de Ayo Ayo en el altiplano paceño, quién toma el nombre de Túpac Katari, y es secundado por su esposa Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, hermana de éste. Es legendaria su acción de marzo de 1781 en la que al mando de 40.000 indios le pone sitio a La Paz durante 109 días, y posteriormente, un segundo por 64 días más. Finalmente será muerto y descuartizado por los españoles el 15 de noviembre de 1781.

A pesar de algunos resonantes éxitos militares de los insurgentes Tupamaros, como el de Sangarará, errores tácticos importantes y los refuerzos recibidos por las autoridades coloniales comienzan a desgastar al ejército rebelde. A inicios de 1781, y luego del fallido intento de tomar el Cuzco con un largo sitio, Túpac Amaru se retira a Tinta para reorganizarse. El 6 de abril de 1781, y a causa de una traición, será capturado en el pueblo de Langui. Trasladado al Cuzco, es ejecutado junto a su familia el 18 de mayo de 1781, luego de ser brutalmente torturados.

Con la desaparición de su jefe máximo, la rebelión queda herida de muerte. Diego Cristóbal y Mariano, primo e hijo del Inca respectivamente, la prolongarán un tiempo más, hasta que se rinden en el pueblo de Sicuani en enero de 1782. Las banderas serán entonces mantenidas en alto por los caciques Vilca Apaza, Carlos Nina Catari, Simón Condorí y Alejandro Calisaya, quienes irán siendo eliminados por los españoles.

La rebelión tuvo repercusiones en los más lejanos confines del antiguo Tawantinsuyu: en Chile, con el cacique Chicaguala; en la Argentina, con el mestizo José Quiroga en la provincia de Jujuy; y también en Ecuador y Colombia.

Todavía habría alguna revuelta más. Previo a las luchas por la independencia, en 1815 Mateo Pumacahua volvería a agitar las aguas en el Perú colonial.[36]

En el sur del continente el rechazo a la colonización se manifestará con la destrucción del fuerte Sancti Spiritus (inicial asiento europeo en tierras de la actual Argentina) en 1529 por los caciques Siripó y Mangoré, y de la primera Buenos Aires. Fundada en febrero de 1536, será arrasada por una confederación de indios querandí, guaraní, charrúa y chaná-timbú en 1541.[37] En el segundo y definitivo intento en junio de 1580, los nuevos fundadores son atacados por los guaycurú durante su travesía desde Asunción hasta el Río de la Plata, y posteriormente, ya en su destino, por los guaraní del cacique Telomic Condic, produciéndoles grandes bajas. Este mismo pueblo indígena se opondrá en 1588 a la fundación de la ciudad de Corrientes, en la Mesopotamia argentina, dirigido en esta oportunidad por los rubichá Mboripé y Canindeyú. Por su parte, los tehuelches (principalmente los septentrionales), los pehuenches, y a partir de finales del siglo XVIII (ya consolidado su poder en la región) los mapuches oriundos de Chile, mantendrán el control de los territorios de Pampa y Patagonia (como los indígenas del Chaco) durante más de trescientos años.[38] Don Bartolo, Yampilco (a) "Negro", Lorenzo Calpisqui, Llanquetur y Curripilum son los nombres de sólo algunos de los tantos caciques que durante el período colonial lideraron una parte de esta larga resistencia.

En la que es hoy la República Oriental del Uruguay, los charrúas defienden con ardiente intransigencia su espacio vital contra la ocupación extranjera. El militar y naturalista español Félix de Azara, quien recorrió estos territorios en 1796 con el objeto de inspeccionar la frontera sur del virreinato del Río de la Plata, dice con respecto a ellos: "Debe saberse, sin embargo, que los que existen actualmente, y que nos hacen tan cruel guerra, no forman hoy, seguramente, más que un cuerpo de unos cuatrocientos guerreros. Para someterlos se han enviado con frecuencia contra ellos más de mil veteranos, ya en masa, ya en diferentes cuerpos, para envolverlos, y se les han dado golpes terribles; pero, en fin, el caso es que ellos subsisten y nos han matado mucha gente".[39]

En la primera mitad del siglo XVI, las naves españolas que remontan el río Paraguay, "reino acuático" de los payaguás sobre el que ejercían pleno control, son asaltadas por éstos. Para enfrentar esta nueva amenaza a sus dominios, los payaguás habían desarrollado una particular táctica guerrillera que consistía en lograr la mayor aproximación posible con sus canoas a las naves españolas y, "cuando se veían acosados por el enemigo, disparaban sus flechas y se arrojaban al agua, bajo la cual desaparecían a fin de evitar el peligro de las balas, para salir mucho tiempo después y a larga distancia".[40] Cuatro años después, la cuenca del río Paraguay volverá a ser escenario de cruentos combates, cuando, con rumbo norte, los conquistadores salen en 1542 a reconocer la tierra y a someter a las aldeas indígenas. Los cario-guaraní, liderados por el cacique Tabaré, opondrán una dura resistencia a las pretensiones españolas, la que se prolongará hasta mediados de 1546. No serán los únicos. En 1579 se produce el alzamiento de carácter mesiánico del cacique Oberá, quien secundado por el mburubichá Guaycará y los rubichá Yaguatatí, Tanimbañó, Curapey, Ibiriyú, Tapucané, Iacaré, Mayrayú y cinco mil guerreros guaraní, prometía a sus seguidores en nombre de Dios liberarlos de la opresión extranjera.[41] Hacia 1616 tuvo lugar la revuelta liderada por el ipayé Paytara y en 1660 la rebelión del cacique guaraní Nambuaí.[42] Entre 1720 y 1744, en el Chaco central y oriental los indígenas mocoví, abipón y qom llevarán adelante una férrea resistencia, la que forzará a los españoles a firmar un tratado de paz con los caciques  mocoví Paikin, Lachiriquín, Coglokoytin, Alogoyquin, Quiarary, y los qom Quiquiry y Quitaidi. El pacto no será respetado por los castellanos y la lucha se reiniciará.[43] Por su parte, en 1570 darán comienzo una serie de alzamientos de los chiriguano en el Chaco occidental, los que se incrementarán entre los siglos XVIII-XIX durante la llamada "guerra chiriguana" y recién tocarán a su fin en 1892, ya en etapa republicana, con la captura y ejecución del destacado cacique Apiaguaiqui-Tumpa"[44] en la batalla de Kururujuky (Bolivia).
 
En los valles del noroeste de Argentina, el brazo armado del indio también se levantará aquí para objetar la presencia de los barbados hombres blancos en sus ancestrales dominios. En 1542, una expedición procedente de Perú que venía a "calar" (explorar) las tierras del Tucma (Tucumán), al ingresar al territorio de los diaguito-capayán (área fronteriza entre Catamarca y La Rioja) es fieramente embestida por el curaca Canamico y obligada a desviar hacia las llanuras del este en donde será emboscada por los indios jurí (o tonocoté) y muerto su jefe. Otras dos columnas del mismo cuerpo expedicionario que habían seguido rumbos diferentes corrieron suertes parecidas. Derrotadas todas, sólo unos pocos hombres lograrán regresar al Perú.[45]

Hacia 1557, los conquistadores y colonizadores españoles llegados desde Chile fundan una serie de poblados que entre 1561 y 1562 el bravo cacique diaguita Juan Calchaquí asediará y destruirá, hasta que los españoles finalmente abandonarán el lugar. En 1570, se pone en marcha una nueva ola de fundaciones, algunas se realizarán con éxito, pero el Valle Calchaquí seguirá clausurado a la colonización. En 1578, una rebelión liderada por Gualán, cacique de los olcos, atacó San Miguel de Tucumán hasta casi destruirla.

En la quebrada de Humahuaca y la Puna la resistencia indígena logrará contener al extranjero durante más de cincuenta años.[46] En 1594, Viltipoco, el último gran curaca de ambas regiones, y su lugarteniente Teluy, al frente de una coalición de indios ocloya, yanapata, pomamarca, Jujuy, omaguaca, fiscara, casabindo, cochinoca, apatama y otros darán la gran batalla final contra el conquistador. En este violento choque de culturas "padece, finalmente, como era lógico suponer, la más débil, pero no la inferior".[47] Viltipoco será apresado y su rebelión desarticulada.

Por su parte, los Valles Calchaquíes serán escenario del llamado "Gran Alzamiento" en contra de la mita minera y la tasa de encomienda. La campaña "pacificadora" de 1631 del gobernador Albornoz será la chispa que encienda la guerra. Decididos a permanecer libres de cualquier sujeción, se confederan varios pueblos de los valles Calchaquí, Hualfín, Andalgalá y los bravos guerreros del curaca Utimpa de Yocavil bajo el liderazgo del cacique malfín Juan Chalimin (o Chelemin). Sitian e incendian varias ciudades españolas obligando a sus pobladores a abandonarlas. Para 1633 la situación es de extrema gravedad para los ibéricos. Todos los valles del centro y sur de Catamarca y del norte de La Rioja se hallan alzados en armas. No obstante, lentamente los españoles logran controlar la peligrosa situación y en 1637 Chalimin es apresado y ejecutado. Sin embargo, los ataques a encomiendas y poblados continuarán hasta 1643, cuando son hechos prisioneros los últimos insurrectos.[48] El presbítero Soprano, cronista contemporáneo de esta larga y cruenta guerra, estimó que "hubo más de trescientas batallas, la muerte de seiscientos españoles y de veinte mil indios, el asolamiento de más de cien encomiendas riquísimas y cincuenta capillas".[49]

Chile ve llegar los primeros conquistadores a su territorio en 1540 y en el año 1541 comienzan su expansión hacia el sur del país. Fundan ciudades, reconstruyen otra y sojuzgan pueblos indios a los que someten al impiadoso trabajo de los lavaderos de oro. Pero al sur del río Bío-Bío, donde comienza el país de Arauco, los mapuches les trazarán una línea que lo españoles no podrán traspasar. El toqui Caupolicán, coaligado con el longko Lautaro, que conocía bien a los extranjeros por haber convivido con ellos, serán los caudillos que aglutinarán al pueblo mapuche y lo lanzarán a la lucha contra el invasor. Tucapel, Purén, Colocolo, Lincoya y Lemolemo son los nombres de los longkos mapuches que integran la confederación libertaria alrededor del año 1550. Las batallas se suceden y los éxitos guerreros indios también. Incendian pueblos y fuertes, y reconquistan extensos territorios en manos de los españoles. Pero la traición de un picunche, ocasionará la muerte violenta de Lautaro el 29 de abril de 1557. Caupolicán continúa la lucha junto a los longkos Titaguán, Rengo, Colca, Galbarino, Tucapel y otros. Pero en 1558, producto también de una traición, en los bosques cercanos a Ongolmo es capturado y posteriormente ajusticiado. En 1598, una sublevación general destruirá casi todo los fuertes y ciudades del sur del reino, lo que le hará decir al Padre Diego de Alcobaza en una carta fechada en 1601 y dirigida al cronista Garcilaso de la Vega: "Chili está muy malo, y los indios tan diestros y resabiados en la guerra, que (...) cada año se hace gente en el Perú para ir allá, y van muchos y no vuelve ninguno".[50] Estos sucesos bélicos serán un recordatorio a los usurpadores que a pesar de la muerte de sus dos mayores héroes la lucha en Chile no ha terminado.

4.- Consideraciones finales

No es esta la historia de la Conquista de América, ni siquiera una muy apretada síntesis de ella. Nuestra intención aquí fue poner en evidencia, con hechos históricos documentados, que no existió esa tal "aceptación pasiva" -de la que algunos autores han hablado-, sino que por el contrario, los indígenas opusieron una tenaz y valiente resistencia a la Conquista y Colonización de sus territorios ancestrales.

Tampoco hemos querido detenernos en la mención de todos los capitanes, adelantados, gobernadores, etc. que fueron protagonistas y responsables principalísimos de la Conquista y sus nefastas consecuencias. Sus nombres nos son archiconocidos. Preferimos sí, mencionar a la mayor parte posible de aquellos héroes que ofrendaron sus vidas por la libertad de los suyos y fueron intencionadamente invisibilizados por una historiografía eurocéntrica y encubridora.

Pero el drama de los indígenas no habría de concluir con la desaparición de la Colonia. También en la etapa republicana, y hasta la actualidad, las demandas insatisfechas de los numerosos pueblos indios de América latina, algunos de los cuales fueron actores fundamentales en las guerras por la independencia, los obligó a continuar luchando en pos de sus derechos vulnerados.



* Este artículo fue escrito en agosto de 2014 y se publica aquí por primera vez. Revisado y ampliado en abril de 2019.
[1Halperin Donghi, Tulio: Historia Contemporánea de América Latina. Alianza Editorial. Madrid, 2001. Pág. 78
[2] Siglo XXI Editores. México, 1988.
[3] Pérez Cruz, Felipe de Jesús: Los Primeros Rebeldes de América. Editorial Gente Nueva. La Habana, 1988. Pág. 59.
[4] Según palabras del cacique Aracaré (Paraguay, 1542); en Oliva de Coll, Josefina: La Resistencia Indígena ante la Conquista. Siglo XXI Editores. México, 1988. Pág. 247.
[5] Ibídem, pág. 49.
[6] Las Casas, Fray Bartolomé de: Historia de las Indias II. Biblioteca de Ayacucho. Caracas, 1986. Capítulo XI, pág. 48. La obra más conocida en la que Las Casas denuncia el holocausto de los indios americanos durante la Conquista es: Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias. Editorial Nascimento. Santiago de Chile, 1972.
[7] Pérez Cruz, Felipe de Jesús: ob. cit., págs. 90, 91 y 93.
[8] Oliva de Coll, J.: ob. cit., págs. 39 y 40.
[9] Guevara, Ernesto Che: La Guerra de Guerrillas. Ocean Sur. Colombia, 2007. Pág. 20.
[10] Tieffenberg, David: Cuatro Revoluciones en América Latina. México/Bolivia/Cuba/Chile. Ediciones Teoría y Práctica. Buenos Aires, 1984. Pág. 111.
[11] En Haití, “ya en 1508, de los seiscientos mil indios que aproximadamente habitan la Isla en 1492, sólo quedaban sesenta mil” (Pérez Cruz, Felipe de Jesús: ob. cit., pág. 77). Por su parte: "En 1585, Sir Francis Drake informó que no había quedado vivo ningún indio en Española. Los indios de Puerto Rico, las Bahamas y Jamaica habían desaparecido antes de 1600" (en Harris, Marvin: Raza y Trabajo en América. Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires, 1973. Pág. 27).
[12] Oliva de Coll, Josefina: ob. cit., pág. 65.
[13] Román, Jaime Wheelock: Raíces Indígenas de la Lucha Anticolonialista en Nicaragua. Siglo XXI Editores. México, 1974. Págs. 15-16, 17-18 y 29.
[14] Ibídem, págs. 39, 43 y 46-47.
[15] Ibídem, págs. 52 y ss.
[16] Díaz del Castillo, Bernal: Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Biblioteca Virtual Universal (www.biblioteca.org.ar). Editorial del Cardo, 2003. Pág. 144.
[17] Oliva de Coll, Josefina: ob. cit., págs. 115 y 122.
[18] Lacadena, Alfonso (Universidad Complutense) y Verde, Ana (Museo de América): Profecías Mayas: el Misterio se Desvela. Revista Misterios de la Arqueología y del Pasado. Año 1. N° 10. Madrid, 1997. Pág. XVI.
[19] Las Casas, Fray Bartolomé de: Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias. Editorial Nascimento. Santiago de Chile, 1972. Pág. 33.
[20] Biedma, José: Crónicas Militares. Antecedentes Históricos sobre la Campaña contra los Indios. Eudeba. Buenos Aires, 1972. Págs. 112-127.
[21] Ibarra Grasso, Dick Edgar: Cosmogonía y Mitología Indígena Americana. Editorial Kier. Buenos Aires, 1980. Pág. 350.
[22] Valenzuela Sotomayor, María del Rosario: ¿Por qué las Armas? Desde los Mayas hasta la Insurrección en Guatemala. Editorial Ocean Sur. México, 2009. Pág. 113.
[23] Wasserström, Robert: Etnicidad y Negación Cultural en Chiapas: la Rebelión Tzeltal de 1712. En: Susana Devalle (compiladora), La Diversidad Prohibida. Resistencia Étnica y Poder de Estado. El Colegio de México.  México, 1989. Págs. 233 y ss.
[24] Kloos, Peter: Los Indígenas del Surinam. En: Grünberg, Georg (coord.): La Situación del Indígena en América del Sur. Aporte al Estudio de la Fricción Inter-étnica en los Indios No-Andinos. Tierra Nueva. Montevideo, 1972. Pág. 467.
[25] Martínez Sarasola, Carlos: Nuestros Paisanos los Indios. Emecé Editores S. A. Buenos Aires, 1992. Págs. 99-101.
[26] Oliva de Coll, J.: ob. cit., pág. 192.
[27] Castillo-Cárdenas, Gonzalo: La Lucha del Indio por su Liberación. En: Grünberg, Georg (coord.): ob. cit., pág. 112, nota 18.
[28] Cieza de León, Pedro: La Crónica del Perú. Ediciones Peisa. Lima, 1973. Pág. 92.
[29] Ruiz Mantilla, Lucy: Jumandi: Rebelión, Anticolonialismo y Masianismo en el Oriente Ecuatoriano, Siglo XVI. En: Fernando Santos Granero (comp.): Opresión Colonial y Resistencia Indígena en la Alta Amazonia. Co-Edición CEDIME, FLACSO-Sede Ecuador y Abya-Yala. Quito, 1992. Págs.77-99.
[30] Pizarro, Hernando: carta a los señores oidores de la Real Audiencia de S. M. de Santo Domingo, fechada el 23 de noviembre de 1533. En: La Relación de Pero Sancho. Apéndice Documental, Doc. N° 7. Traducción, estudio preliminar y notas de Luis Arocena. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires, 1988. Pág. 262.
[31] Oliva de Coll, J.: ob. cit., págs. 211-212.
[32] Presta, Ana María y Río, María de las Mercedes del: Nuevas Tendencias en la Etnohistoria Andina. Revista de Antropología Nº 4. Año III. Marzo-abril 1988. Pág. 7.
[33] Lewin, Boleslao: La Rebelión de Túpac Amaru y los Orígenes de la Independencia de Hispanoamérica. Sociedad Editora Latino Americana. Buenos Aires, 1967. Pág. 289 y ss.
[34] Moreno Cebrián, Alfredo: Túpac Amaru, el cacique Inca que Rebeló los Andes. Ediciones Anaya S. A. Madrid, 1988. Págs. 77-80.
[35] Serulnikov, Sergio: Conflictos Sociales e Insurrección en el Mundo Colonial Andino. El Norte de Potosí en el Siglo XVIII. FCE. Buenos Aires, 2006. Pág. 435.
[36] Cartagena, Nicole y Cartagena, Herbert: Por el Camino de los Incas. Javier Vergara Editor. Buenos Aires, 1978. Pág. 127.
[37] Schmidl, Ulrico: Viaje al Río de la Plata.  Emecé Editores. Buenos Aires, 1997. Págs. 29-30.
[38] Martínez Sarasola, Carlos: ob. cit., págs. 131-143.
[39] Azara, Félix de: Viaje por la América Meridional. Tomo II. Ediciones el Elefante Blanco. Buenos Aires, 1998. Pág. 16.
[40] Biedma, José: ob. cit., págs. 35-36.
[41] Ibídem, pág. 59.
[42] Magrassi, Guillermo: Los Aborígenes de la Argentina. Ensayo socio-histórico-cultural. Ed. Búsqueda-Yuchán. Buenos Aires, 1987. Pág. 71.
[43] Biedma, José: ob. cit., págs. 75-80.
[44] Hernández, Isabel: Los Indios de Argentina. Editorial Mapfre S.A. Madrid, 1992. Págs. 169 y 171.
[45] Hernández, Isabel: ob. cit., pág. 144.
[46] Casanova, Eduardo: El Pucará de Tilcara. Instituto Interdisciplinario Tilcara. Buenos Aires, 1981. Pág. 7.
[47] Coluccio, Félix: Prólogo al libro de Marcos R. Paz, “Viltipoco” (Poema Épico). Editorial Plus Ultra. Buenos Aires, 1982. Pág.10.
[48] Lorandi, Ana María: La Resistencia y Rebeliones de los Diaguito-calchaquí en los Siglos XVI y XVII. Revista de Antropología. N° 6. Año III. Buenos Aires, octubre-noviembre 1988. Págs. 5-8.
[49] Biedma, José: ob. cit., págs. 97-98.
[50] Garcilaso de la Vega, Inca: Comentarios Reales de los Incas. Editorial Universo S.A. Lima, s/f. Tomo 3. Pág. 65.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2019 [2014], "Resistencia anticolonialista indígena en América Latina (1492-1825)". Disponible en línea: <www.
larevolucionseminal.blogspot.com.ar/2014/09/resistencia-anticolonialista-indigena_2.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].