Por: Jorge Fava
“Las concesiones de grandes áreas serán siempre
un desprestigio para
el Gobierno argentino y
una rémora para el progreso del país”.
Francisco P. Moreno, 1897
(sobre la distribución de la tierras
indígenas de la Patagonia ).
El año 1885 puede, y es considerado la fecha de finalización
de las guerras de conquista de los extensísimos territorios del Sur,
anteriormente en poder de los indómitos indios araucanos, tehuelches y pampas.
Tres siglos y medio hubieron de transcurrir desde la llegada del primer hombre
blanco a estos parajes, hasta la total dominación del territorio.
Namuncurá al
frente de 9 capitanejos, 135 lanceros y 185 mujeres y niños, se presentó a los
jefes militares argentinos, marcando de este modo el fin de una epopeya. El
último resto de lo que fuera el gran imperio del desierto, la “confederación
pampa” que en 1852 formara el destacado caudillo americano Juan Calfucurá,
estaba definitivamente desmembrada.
Después lo seguirían
Saihueque, Pichi-Curá, Chiquillán, el “manzanero” Inacayal y otros caciques. El
desierto finalmente pertenecía al blanco.
La pérdida de sus
territorios ancestrales significó para los aborígenes la casi destrucción como
pueblos, debido a la particular concepción y relación del indio con la tierra.
Ella representa en la cosmovisión tribal un espacio cultural en el que tienen
lugar sus mitos, ritos, historia y una especial integración que trasciende la
mera utilidad productiva de la misma.
Línea de avance de las tropas nacionales (Ernesto Luis Piana, 1981). |
Pero, ¿qué se
construyó sobre los cadáveres de los aborígenes de las Pampas y la Patagonia ?, ¿qué destino
fatal burló el supuesto plan de progreso de la sociedad nacional?
Orientemos ahora
nuestra mirada hacia aquellos vastísimos territorios, fértiles y finalmente
desocupados. Tierras que hicieron decir al científico Pablo C. Lorentz, quien
acompañara al general Julio A. Roca en la expedición punitiva de 1879: “Los
campos son inmejorables. ¡Qué riquezas inmensas posee sin saberlo la República Argentina !
¡Qué porvenir al fin le espera!”.[1]
Las tierras
estaban ya expeditas, ahora el gran desafío era colonizar. El primer gobernador
de la Patagonia ,
Alvaro Barros, así lo ve y así lo expresa: “El plan de seguridad de fronteras
en el Río Negro no será realizable sin un sistema serio de colonización.
"¿Puede
hacer esto el gobierno argentino?”.[2]
En Norteamérica,
Lincoln, vencedor de la guerra librada contra los negreros latifundistas del
Sur, realiza la conquista de aquellos grandes desiertos mediante colonias.
Avellaneda escribe al respecto: “El ‘pionner’ norteamericano con su hacha para
desbastar el bosque, con su rifle para defenderlo, renovando los primeros días
de la creación en su lucha con la naturaleza primitiva, se reproduce por todas
partes donde quiera que tras de la frontera civilizada se divisa el desierto
sombrío e inconmensurable...”.[3]
Pero en la Argentina otra era la
realidad, al igual que la
Prusia de junker,
los terratenientes ya en aquel entonces poderosos, tejen su telaraña y las tierras
recién conquistadas son finalmente entregadas a la especulación.
La inmigración ya
estaba en marcha, llegan a nuestro país obreros, artesanos, agricultores, etc.
Desde el año 1882 a 1885 arriban a nuestras playas más de 300.000 inmigrantes.
El récord pertenece al año 1889, en el que 260.909 extranjeros, entre ellos
rusos, españoles, franceses, italianos y alemanes entran a la Argentina.
Todo este inmenso
contingente del trabajo trae una nueva esperanza para la colonización de
nuestros campos. Pero, ¿qué fue de las tierras indias?, o mejor dicho, ¿cómo
pasaron a manos privadas estas tierras? Para Jacinto Oddone: “La respuesta a
esta pregunta hay que buscarla en la facilidad que ofrecieron a los
especuladores las distintas leyes, con el favor personal y el fraude político;
leyes de tierras sancionadas con el propósito de colonizar, pero que a su
amparo se fomentó la corrupción, el robo, la explotación más inicua, cayendo en
manos de gentes o de compañías de acaparadores que, violándolas por medio del
engaño, de la simulación, de la extorsión, de la amenaza y de cuanto otro medio
repudiable tuvieron a mano, jamás han colonizado, jamás subdividieron las
tierras, jamás introdujeron ningún colono, formando en cambio, los extensos
latifundios conocidos, algunos de los cuales abarcan más de un millón de
hectáreas”.[4]
De tal manera fue
así, que después de solucionados los conflictos con Chile, el gobierno se
encuentra con que dispone de fértiles tierras en una extensión de 41.555.700
hectáreas, que por venta a bajísimo precio o por donación, se adjudico a sólo
¡1.800 personas!
La demografía
aborigen patagónica, al momento de la conquista, fue calculada en 0,05
habitantes por km2.[5] Hoy, Transcurridos
más de un siglo, la pretendida conquista para la colonización austral, con sus
secuelas de destrucción y muerte, no logra justificación ni en las cifras: el
promedio de habitantes por km2 de los distintos Estados patagónicos es en la
actualidad estimado en 1,5, según Censo Nacional de Población de 1980 (INDEC).
En tanto que la provincia de Santa Cruz representa su caso extremo, con
243.943,0 km2 de superficie registra el índice demográfico más bajo del país:
0,5 habitantes por km2.[6]
En el año 1884 se intenta, por medio de la ley 1501, repartir tierras entre cultivadores. La oligarquía terrateniente adultera, burla esta ley impidiendo la correcta distribución de los campos, engrosando sus ya enriquecidas arcas.
El 5 de septiembre
de 1885 se promulga una ley por la cual se premia con tierras a los militares
que participaron en la campaña. Las cifras son indignantes. Se distribuyó de
Tierra del Fuego a La Pampa ,
¡4.750.741 hectáreas entre 541 personas! Lo que hizo decir al gran demócrata
Leandro N. Alem: “Están forjando una escuela corruptora. Ella rebaja los
vínculos morales que deben ligar a los ciudadanos al cumplimiento del deber,
debilitando este sentimiento. (...) El cumplimiento del deber es una cosa tan
rara que merece premio”.[7]
La ley llevaba
implícita la colonización de las tierras. Ni aún hoy se lo hizo.
Pero la rapiña
seguiría invariablemente. Tiempo después, por leyes especiales se repartieron
otras 2.828.317 hectáreas entre 154 personas (20 generales, 38 coroneles, 10
comandantes, 2 mayores y particulares “relacionados”).
La historia de
nuestros campos está plagada de injusticias; las sangrientas luchas de la
conquista, la burlada ley de enfiteusis de Rivadavia y la inmoral distribución
de las tierras indígenas, asestaron golpes casi mortales al futuro de la Argentina como nación civilizada
y progresista.
“El indio es el
sustrato económico del latifundio –dice Jorge Ubertalli-, y mientras éste
continúe existiendo y conserve su poder seguirá habiendo marginados y
oprimidos. Y también continuarán los resentimientos, diferencias y contradicciones
entre distintos sectores del pueblo que serán incentivadas y capitalizadas por
los poderosos y sus sirvientes”.[8]
Hoy que asistimos
a la reconstrucción de las instituciones primordiales del país, en marcha
inexorable hacia el futuro, comprendemos la necesidad imperiosa de la
democratización de los campos, restituyendo a los grupos étnicos que han
sobrevivido sus legítimas posesiones comunales, en cantidad y calidad
suficientes para un desarrollo acorde con las profundas carencias que dichas
sociedades padecen. Así daremos cumplimiento al reclamo, que de regreso de uno
de sus viajes por la
Patagonia , hiciera Francisco P. Moreno (1897): “La nación
tiene el deber de dar en propiedad tierras a esos indígenas”.[9]
*
Publicado con el título "El Destino de las Tierras Indígenas del Sur" en la Revista de Antropología. Nº 6. Año III. Buenos
Aires, octubre-noviembre de 1988. Págs. 74-76. Artículo parcialmente modificado para la presente publicación.
[1] YUNQUE, Álvaro: Calfucurá. La Conquista de las Pampas.
Buenos Aires, 1956. Pág. 378.
[2] Fronteras y territorios federales de las pampas del sud. Imprenta y litografía. Buenos Aires, 1872. Pág. 269.
[3] YUNQUE, A.: ob. cit., pág. 379.
[4] Idem, págs. 380 y 381.
[5] STEWARD, J. Y FARON, L.: Native Peoples of South America . New York, 1959.
[6] INDEC
(Instituto Nacional de Estadística Y Censo): Censo Nacional de Población de
1980. Ministerio de Economía de la Nación. Buenos Aires, Argentina.
[7] YUNQUE, A.: ob. cit., pág.
382.
[8] UBERTALLI, Jorge:
Guaycurú, Tierra Rebelde. Buenos Aires, 1987. Pág. 25.
[9]
MORENO, Francisco: Apuntes Preliminares sobre una Excursión al Neuquén, Río
Negro, Chubut y Santa Cruz. Ed. El Elefante Blanco. Buenos Aires, [1897] 2004.
Pág. 143.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:
FAVA, Jorge: 2014 [1988], “El destino de las tierras indígenas de la Patagonia ”. Disponible en línea:<www.larevolucionseminal.blogspot.
com.ar/2014/02/el-destino-de-las-tierras-indigenas-del.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].
com.ar/2014/02/el-destino-de-las-tierras-indigenas-del.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].