domingo, 2 de febrero de 2014

El destino de las tierras indígenas de la Patagonia*



Por: Jorge Fava


“Las concesiones de grandes áreas serán siempre
 un desprestigio para el Gobierno argentino y
una rémora para el progreso del país”.
Francisco P. Moreno, 1897
(sobre la distribución de la tierras
 indígenas de la Patagonia).



El año 1885 puede, y es considerado la fecha de finalización de las guerras de conquista de los extensísimos territorios del Sur, anteriormente en poder de los indómitos indios araucanos, tehuelches y pampas. Tres siglos y medio hubieron de transcurrir desde la llegada del primer hombre blanco a estos parajes, hasta la total dominación del territorio.

Namuncurá al frente de 9 capitanejos, 135 lanceros y 185 mujeres y niños, se presentó a los jefes militares argentinos, marcando de este modo el fin de una epopeya. El último resto de lo que fuera el gran imperio del desierto, la “confederación pampa” que en 1852 formara el destacado caudillo americano Juan Calfucurá, estaba definitivamente desmembrada.

Después lo seguirían Saihueque, Pichi-Curá, Chiquillán, el “manzanero” Inacayal y otros caciques. El desierto finalmente pertenecía al blanco.

La pérdida de sus territorios ancestrales significó para los aborígenes la casi destrucción como pueblos, debido a la particular concepción y relación del indio con la tierra. Ella representa en la cosmovisión tribal un espacio cultural en el que tienen lugar sus mitos, ritos, historia y una especial integración que trasciende la mera utilidad productiva de la misma.

Línea de avance de las tropas nacionales (Ernesto Luis Piana, 1981).

Pero, ¿qué se construyó sobre los cadáveres de los aborígenes de las Pampas y la Patagonia?, ¿qué destino fatal burló el supuesto plan de progreso de la sociedad nacional?

Orientemos ahora nuestra mirada hacia aquellos vastísimos territorios, fértiles y finalmente desocupados. Tierras que hicieron decir al científico Pablo C. Lorentz, quien acompañara al general Julio A. Roca en la expedición punitiva de 1879: “Los campos son inmejorables. ¡Qué riquezas inmensas posee sin saberlo la República Argentina! ¡Qué porvenir al fin le espera!”.[1]

Las tierras estaban ya expeditas, ahora el gran desafío era colonizar. El primer gobernador de la Patagonia, Alvaro Barros, así lo ve y así lo expresa: “El plan de seguridad de fronteras en el Río Negro no será realizable sin un sistema serio de colonización.

"¿Puede hacer esto el gobierno argentino?”.[2]

En Norteamérica, Lincoln, vencedor de la guerra librada contra los negreros latifundistas del Sur, realiza la conquista de aquellos grandes desiertos mediante colonias. Avellaneda escribe al respecto: “El ‘pionner’ norteamericano con su hacha para desbastar el bosque, con su rifle para defenderlo, renovando los primeros días de la creación en su lucha con la naturaleza primitiva, se reproduce por todas partes donde quiera que tras de la frontera civilizada se divisa el desierto sombrío e inconmensurable...”.[3]

Pero en la Argentina otra era la realidad, al igual que la Prusia de junker, los terratenientes ya en aquel entonces poderosos, tejen su telaraña y las tierras recién conquistadas son finalmente entregadas a la especulación.

La inmigración ya estaba en marcha, llegan a nuestro país obreros, artesanos, agricultores, etc. Desde el año 1882 a 1885 arriban a nuestras playas más de 300.000 inmigrantes. El récord pertenece al año 1889, en el que 260.909 extranjeros, entre ellos rusos, españoles, franceses, italianos y alemanes entran a la Argentina.

Todo este inmenso contingente del trabajo trae una nueva esperanza para la colonización de nuestros campos. Pero, ¿qué fue de las tierras indias?, o mejor dicho, ¿cómo pasaron a manos privadas estas tierras? Para Jacinto Oddone: “La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en la facilidad que ofrecieron a los especuladores las distintas leyes, con el favor personal y el fraude político; leyes de tierras sancionadas con el propósito de colonizar, pero que a su amparo se fomentó la corrupción, el robo, la explotación más inicua, cayendo en manos de gentes o de compañías de acaparadores que, violándolas por medio del engaño, de la simulación, de la extorsión, de la amenaza y de cuanto otro medio repudiable tuvieron a mano, jamás han colonizado, jamás subdividieron las tierras, jamás introdujeron ningún colono, formando en cambio, los extensos latifundios conocidos, algunos de los cuales abarcan más de un millón de hectáreas”.[4]

De tal manera fue así, que después de solucionados los conflictos con Chile, el gobierno se encuentra con que dispone de fértiles tierras en una extensión de 41.555.700 hectáreas, que por venta a bajísimo precio o por donación, se adjudico a sólo ¡1.800 personas!

La demografía aborigen patagónica, al momento de la conquista, fue calculada en 0,05 habitantes por km2.[5] Hoy, Transcurridos más de un siglo, la pretendida conquista para la colonización austral, con sus secuelas de destrucción y muerte, no logra justificación ni en las cifras: el promedio de habitantes por km2 de los distintos Estados patagónicos es en la actualidad estimado en 1,5, según Censo Nacional de Población de 1980 (INDEC). En tanto que la provincia de Santa Cruz representa su caso extremo, con 243.943,0 km2 de superficie registra el índice demográfico más bajo del país: 0,5 habitantes por km2.[6]

Mapa de reservas indígenas del Neuquén por 1972.
Observemos  las reducidas áreas en disposición de los
 aborígenes (mapuches), algunas aún  sin reconocimiento
oficial, de la principal provincia patagónica en población
 india (Casa del Neuquén, 1972).

En el año 1884 se intenta, por medio de la ley 1501, repartir tierras entre cultivadores. La oligarquía terrateniente adultera, burla esta ley impidiendo la correcta distribución de los campos, engrosando sus ya enriquecidas arcas.

El 5 de septiembre de 1885 se promulga una ley por la cual se premia con tierras a los militares que participaron en la campaña. Las cifras son indignantes. Se distribuyó de Tierra del Fuego a La Pampa, ¡4.750.741 hectáreas entre 541 personas! Lo que hizo decir al gran demócrata Leandro N. Alem: “Están forjando una escuela corruptora. Ella rebaja los vínculos morales que deben ligar a los ciudadanos al cumplimiento del deber, debilitando este sentimiento. (...) El cumplimiento del deber es una cosa tan rara que merece premio”.[7]

La ley llevaba implícita la colonización de las tierras. Ni aún hoy se lo hizo.

Pero la rapiña seguiría invariablemente. Tiempo después, por leyes especiales se repartieron otras 2.828.317 hectáreas entre 154 personas (20 generales, 38 coroneles, 10 comandantes, 2 mayores y particulares “relacionados”).

La historia de nuestros campos está plagada de injusticias; las sangrientas luchas de la conquista, la burlada ley de enfiteusis de Rivadavia y la inmoral distribución de las tierras indígenas, asestaron golpes casi mortales al futuro de la Argentina como nación civilizada y progresista.

“El indio es el sustrato económico del latifundio –dice Jorge Ubertalli-, y mientras éste continúe existiendo y conserve su poder seguirá habiendo marginados y oprimidos. Y también continuarán los resentimientos, diferencias y contradicciones entre distintos sectores del pueblo que serán incentivadas y capitalizadas por los poderosos y sus sirvientes”.[8]

Hoy que asistimos a la reconstrucción de las instituciones primordiales del país, en marcha inexorable hacia el futuro, comprendemos la necesidad imperiosa de la democratización de los campos, restituyendo a los grupos étnicos que han sobrevivido sus legítimas posesiones comunales, en cantidad y calidad suficientes para un desarrollo acorde con las profundas carencias que dichas sociedades padecen. Así daremos cumplimiento al reclamo, que de regreso de uno de sus viajes por la Patagonia, hiciera Francisco P. Moreno (1897): “La nación tiene el deber de dar en propiedad tierras a esos indígenas”.[9]



* Publicado con el título "El Destino de las Tierras Indígenas del Sur" en la Revista de Antropología. Nº 6. Año III. Buenos Aires, octubre-noviembre de 1988. Págs. 74-76. Artículo parcialmente modificado para la presente publicación.
[1] YUNQUE, Álvaro: Calfucurá. La Conquista de las Pampas. Buenos Aires, 1956. Pág. 378.
[2] Fronteras y territorios federales de las pampas del sud. Imprenta y litografía. Buenos Aires, 1872. Pág. 269.
[3] YUNQUE, A.: ob. cit., pág. 379.
[4] Idem, págs. 380 y 381.
[5] STEWARD, J. Y FARON, L.: Native Peoples of South America. New York, 1959.
[6] INDEC (Instituto Nacional de Estadística Y Censo): Censo Nacional de Población de 1980. Ministerio de Economía de la Nación. Buenos Aires, Argentina.
[7] YUNQUE, A.: ob. cit., pág. 382.
[8] UBERTALLI, Jorge: Guaycurú, Tierra Rebelde. Buenos Aires, 1987. Pág. 25.
[9] MORENO, Francisco: Apuntes Preliminares sobre una Excursión al Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. Ed. El Elefante Blanco. Buenos Aires, [1897] 2004. Pág. 143.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2014 [1988], “El destino de las tierras indígenas de la Patagonia”. Disponible en línea:<www.larevolucionseminal.blogspot.
com.ar/2014/02/el-destino-de-las-tierras-indigenas-del.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].